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Otra vez… ¡Ojo con el 2026!

Un helicóptero de la Policía Nacional es derribado en Amalfi, Antioquia. Los primeros informes daban cuenta de al menos un muerto…, luego fueron seis…, luego ocho y al final doce.
 
Cali no cura aún el dolor de los atentados del 10 de junio ni sabe de tranquilidad desde el ataque narcoterrorista disfrazado de estallido social, y hoy un camión bomba explota cerca de la Escuela de Aviación Marco Fidel Suárez, con una cuenta que terminó en seis víctimas fatales.
 
Dios quiera que los heridos no aumenten la lista de 18 compatriotas que perdieron la vida en apenas unas horas de un mismo día. Sus nombres se publicarán y quizás sus historias, pero muy pronto solo sus familias y amigos los recordarán en un país aquejado de Alzheimer selectivo.
 
Las víctimas de Cali lo fueron de una guerra ajena para ellos, y los héroes de Amalfi de una contra el narcotráfico que perdió el norte cuando Santos, echando mano de argumentos incompletos de salud pública, cedió a la presión de Chávez en el oriente, de Correa en el sur y de las Farc en la mesa de negociaciones, para suspender la fumigación aérea y reabrirle la puerta al narcotráfico y la violencia que hoy acorralan a la democracia.
 
Tremenda responsabilidad histórica.
 
Frente a esta ola de violencia, que no será la última, habrá consejos de seguridad, declaraciones oficiales, recompensas, explicaciones estrambóticas de Petro acusando a una Junta del Narcotráfico en Dubái que intenta asesinarlo, y hasta declaraciones de conmoción; pero, una vez más, en este país amnésico todo sucede… y nada pasa.
 
Que hay un contubernio internacional del narcotráfico, no me cabe duda, pero acá mismo y en la vecindad, surtido por los grupos armados ilegales colombianos que hoy, sin excepción, son mafias narcoterroristas, aunque sorprende que Petro haya solicitado al mundo declarar como tales al Clan del Golfo y las disidencias de las Farc, cuidándose de excepcionar al ELN, el grupo ilegal con probados vínculos con el dictador en Venezuela, donde funge como grupo paramilitar a su servicio, mientras acá es mafia narcotraficante, ejército de ocupación y financiador del terrorismo, como se comprobó en el tal estallido social en Cali.
 
Tampoco dudo que “estamos ante una ofensiva por la toma del Estado en buena parte de Latinoamérica por la mafia”, como trinó Petro en junio, a raíz del atentado contra Miguel Uribe, pero no se trata de una amenaza también lejana, porque Petro, aunque deba negarlo, hace parte de esa ofensiva que ha puesto presidentes progresistas en toda la región con recursos del narcotráfico, siguiendo el modelo de Chávez en Venezuela y las directrices del Foro de Sao Paulo, que ante el fracaso de la toma del poder por las armas, opta por el asalto a la democracia desde la democracia misma. En esas estamos en Colombia.
 
Es claro que ese contubernio narcotraficante está detrás de los ataques terroristas, para allanarle el camino a la continuidad del neocomunismo progresista en la próxima contienda electoral. Es claro que Estados Unidos tiene información sobre el Cartel de los Soles y su cabecilla, Nicolás Maduro, que soporta la bicoca de 50 millones de dólares de recompensa por el dictador y 25 por su compadre Diosdado.
 
Es claro que Trump no manda por capricho una armada con capacidad de ataque insospechada, como es claro que la tal zona binacional es un piloto de lo que sería el sueño compartido por Petro y Maduro de una Gran Colombia progresista y aliada de potencias terroristas.
 
Es claro que el narcoterrorismo seguirá atacando. Y si es tan claro…, ¿qué estamos haciendo? ¡Ojo con el 2026!
 
@jflafaurie
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