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Gran pacto agrario

El peligroso escalamiento de la violencia durante el paro nacional, es un mal precedente para el “Gran Pacto Agrario”. Las regiones saben que los disturbios no responden a los reclamos legítimos y pacíficos de los campesinos, sino a la infiltración de guerrillas y la izquierda radical, que buscan aupar una campaña intimidatoria para incendiar el país y arrinconar al estamento. Una trampa pre-revolucionaria para doblegar al Gobierno en los “pendientes” de la agenda agropecuaria de La Habana, que parece haber dado resultado. No de otra forma se explica la intención de inaugurar la jornada del 12 de septiembre, con la discusión de proyectos de ley que están lejos de solucionar el malestar de los verdaderos campesinos empobrecidos. Juega el Gobierno con candela.
El descontento campesino y sus justas solicitudes, no aguantan más demagogia y concesiones a las Farc, mientras el campo muere de hambre.

Esta coyuntura me recuerda, guardadas proporciones, la Francia pre-revolucionaria. Mientras Luis XVI, el más torpe de los borbones, intentaba apaciguar los ánimos desde los inútiles “Estados generales”, afuera las masas enardecidas por la pobreza, las cargas impositivas y el mal gobierno, gestaban la revolución. Ya debe saber el Ejecutivo que los legítimos campesinos, que son millones, se pusieron la ruana y esperan respuestas a la crisis que enfrentan, como resultado de la caída del ingreso familiar. (Lea: "Ni el Gobierno ni las Farc saben de desarollo Rural": Lafaurie)

Aquí no hay guillotina, pero el inconformismo puede convertirse en una piedra en el zapato más incómoda e inestable que los propios narcoterroristas apostados en Cuba, que siendo un puñado han recibido toda la atención del Gobierno.

Se requiere coherencia para aprovechar un escenario inédito en siglos. El éxito de esta mesa centralizada –que el Presidente había rechazado– dependerá de la representatividad y la forma cómo se aborden las demandas subsectoriales, que hoy distan mucho del asunto de los Baldíos, la Altillanura o el Proyecto de Desarrollo Rural. Lo cierto es que nadie quiere la mesa de La Habana en Bogotá, ni a sus comensales ni sus mil y una propuestas irrealizables. El Gobierno conoce los diagnósticos y no ignora las soluciones.

Muchas de ellas tienen Conpes, decretos y proyectos diseñados, que fueron engavetados por el Ministro Juan Camilo Restrepo. Iniciativas que de haber alcanzado su trámite institucional, habrían evitado este doloroso trance. (Lea: Gremios ganaderos de Colombia respaldan la labor de Lafaurie)

En el caso de la ganadería el esfuerzo de Fedegán y los productores ha sido intenso. Hicimos el ejercicio de medir las graves asimetrías en producción, procesamiento y distribución en las cadenas cárnica y láctea, exacerbadas ahora por los TLC. La problemática y sus soluciones quedaron planteadas en los Conpes 3375 y 3376 de 2005, el Decreto 616 de 2006 y fueron actualizados en el Conpes 3676 de 2010 y en un proyecto de ley que entregamos al Presidente, para la reconversión productiva del sector. Demandas que apenas fueron escuchadas con la llegada de Francisco Estupiñán al MinAgricultura y que podrían tener una salida más expedita desde el “Gran Pacto Nacional por el Agro y el Desarrollo Rural”.

Pero nadie sabe lo que puede salir de allí. A unos días de su realización, ni quiera se conocen los mecanismos de convocatoria, las Farc continúan azuzado la anarquía, el Gobierno sigue subestimando el verdadero trasfondo de la protesta y la institucionalidad agropecuaria anda manga por hombro.
Así, el instrumento nace muerto. Se necesita construir sobre la improvisación, canales de interlocución oficiales del lado del Gobierno y los campesinos, para que no se diga que en esa mesa no están todos los que son, ni son todos los que están. De ello dependerá la legitimación de los acuerdos y la voluntad política para hacer de las propuestas de los campesinos un propósito de Estado, con metas definidas, recursos garantizados e instituciones actuantes.
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