La historia “sin Cuba”
El 1º de enero de 1959, Fidel entra triunfante a La Habana y, ese día, los destinos de América Latina cambiaron de rumbo. Empezaba la dictadura más oprobiosa del continente, que hoy, 62 años después, se enfrenta al grito espontáneo del pueblo que anhela libertad.
Antes de su victoria, Castro juraba que su revolución no era comunista, pero esa careta cayó pronto y, para 1961, repetía públicamente: “soy marxista-leninista y lo seré hasta el último día de mi vida", una convicción que lo llevó a inocular el virus comunista en la región, aupado por los intereses geopolíticos y los recursos de China y la URSS.
No podemos devolver el reloj de la historia, pero en un ejercicio imaginario “sin Cuba”, no solo podríamos visualizar esa Colombia que no pudo ser, sino el papel nefasto de Cuba en la que terminó siendo y, peor aún, en la que se puede convertir con un triunfo electoral del socialismo progresista.
Para comenzar, no se habría dado esa “revolución cultural” que infectó a la juventud sesentera –la mía–, en colegios y universidades, con la complicidad de FECODE, que no en vano es coetáneo de la revolución cubana (1959) y hoy persiste en adoctrinar a nuestras juventudes.
Esa transculturación, a través del teatro y la “música protesta”, glorificaba la revolución y mitificó a criminales como el Che, que tuvo la osadía de reconocer sus crímenes ante el mundo en la ONU. Siento escalofríos recordando una canción que añoraba “tu querida presencia, comandante Che Guevara”, o que alguien cantara, como si nada, que “tu fusil es la música más linda bajo el sol”.
“Sin Cuba”, que financió y entrenó al M19, probablemente ese grupo no habría existido siquiera, y Petro no sería el Petro que hoy nos amenaza con el socialismo. Cuba entrenó y financió al ELN y a las FARC, y siempre ha estado a sus espaldas. Hoy protege a los elenos y les permite traficar y atacar a Colombia desde su refugio, mientras las Farc, también narcotraficantes, eran huéspedes de honor y, en esa desequilibrada condición, con la complicidad de Santos, se negoció, “en Cuba”, un Acuerdo firmado a espaldas de la voluntad popular; un verdadero ataque “desde adentro” a la democracia colombiana.
Fue determinante el papel de Castro en el ascenso al poder de Chávez y Maduro, recreado por Moisés Naím en una novela-crónica de la absorbente presencia cubana en la dictadura vecina, a partir de la contrainteligencia, el espionaje y el control de la población, experticias aprendidas de sus maestros de la KGB y, luego, de Hezbolá y Hamas, que hoy ya se camuflan entre las mafias colombianas, hacen presencia en Nicaragua, Bolivia y Ecuador, desbarataron la estabilidad chilena y amenazan a la región.
Se pueden imaginar por un momento cómo habría sido América Latina “sin Cuba”; sin Montoneros, sin Sendero Luminoso; cómo sería Colombia sin Farc, sin ELN, sin M19, sin narcotráfico; sin 60 años de violencia.
Hoy, como en una especie de “purgatorio político” –¿o infierno?– el régimen cubano paga sus pecados. Con la economía destruida, el pueblo, acosado por el hambre, la pandemia y la falta de libertad, perdió el miedo y sale a las calles. Se agotó la mentira de los logros sociales y del bloqueo como causa de todos sus males. Siempre me pregunto, ¿acaso están bloqueados también por Rusia y China, sus padrinos, que pueden proveerlos de lo que les niega Estados Unidos?
El bloqueo es una disculpa; el régimen una mentira. Mi invitación sigue siendo: En 2022, salvemos a Colombia de caer en la misma trampa.
@jflafaurie