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El triunfo de la coherencia

Ghandi la hace sinónimo de la felicidad y la define como la armonía entre lo que se piensa, se dice y se hace. Sin menoscabo de la necesaria flexibilidad frente a una realidad cambiante, esa armonía debe ser, por el contrario, inflexible en los principios. Sobra decir que la coherencia es la base de la credibilidad, que hoy se ha impuesto a la otrora fuerza imparable de las maquinarias. Y esa credibilidad está detrás del triunfo de Duque, tanto en el mecanismo de selección de su partido; como en su victoria contundente en la consulta interpartidista, y en la mayor votación histórica de un candidato en primera vuelta.
 
Son resultados que no salieron de la manga; detrás de ellos está la acción política continuada de un partido que, durante ocho años, puede preciarse de su independencia frente al poder. Detrás de esa acción política hay un norte ideológico –aunque hoy se pretenda satanizar las ideologías–, unos principios; los mismos que orientaron el mandato ciudadano en el plebiscito, birlado desvergonzadamente por el Gobierno. Y como punta de lanza, como ariete mejor, en la defensa de esos principios y esa acción política, un candidato de excelencia: Iván Duque como personificación de la coherencia.
 
El programa de Duque es coherente porque es fruto de la reafirmación de sus principios y convicciones. El imperio de la ley y la justicia debida –LA LEGALIDAD– como fundamentos de convivencia y condiciones para el desarrollo. Sobre esa base sólida, que incorpora la lucha frontal contra la corrupción y el delito, surge la promoción del EMPRENDIMIENTO y la creatividad que permiten crecer, con decisiones audaces pero posibles, a partir de la austeridad del Estado. Finalmente, LA EQUIDAD como resultado, no solo por la generación de más y mejor empleo, sino por la mayor capacidad del Estado para garantizar salud y educación de calidad, y demás condiciones que destruyan las trampas de pobreza y acorten la brecha de inequidad.
 
Es un programa coherente con la realidad del país, como han sido coherentes con esa propuesta política las actuaciones en su vida pública internacional y como congresista; y esa propuesta es también coherente con los principios de su partido.
 
La consistencia es otra expresión de coherencia. A lo largo de la campaña, Duque no cambió su propuesta fundamental. No se apropió de ideas ajenas y nadie ha tenido que obligarlo, a última hora y a cambio de votos, a jurar que no hará lo que apenas ayer había prometido hacer, como le tocó a Petro ante un país asombrado por semejante pirueta de malabarista.
 
La lealtad es también coherencia. Duque reconoce su admiración por Álvaro Uribe y su pertenencia al Centro Democrático, pero ha dejado claro que gobernará con todos y para todos. Aceptó las adhesiones que son inherentes al sistema de dos vueltas, pero no vendió al mejor postor la burocracia ni sus principios.
 
Por ello, invito a los colombianos a la coherencia. Sin distingos y sin menoscabo de su independencia y su derecho al disenso, los invito a aceptar el mensaje del presidente Duque, a cerrar la página de la polarización, a unirnos desde la diferencia respetuosa y respetable, para trabajar juntos por el futuro de Colombia.
 
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