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Voltear la página

Concluido el debate electoral con la victoria reeleccionista de Juan Manuel Santos, a quienes hacemos parte de esos siete millones de colombianos que por la firmeza de nuestras convicciones nos apartamos de la propuesta de una paz incierta, hoy se nos invita a voltear sencillamente la página, a hacer “borrón y cuenta nueva”, a superar toda diferencia y unir fuerzas alrededor de ese concepto inacabado de paz con todas sus consecuencias.

Claro que hay que pasar la página de la contienda electoral. La democracia le pone fin a las controversias políticas por vía del voto. Y una vez superada la justa electoral, su veredicto es inapelable. No obstante los cuestionamientos sobre abusos de poder durante la campaña y las graves deficiencias de nuestro sistema electoral, reconocemos el resultado. Nos lo impone nuestro apego al imperio de la Ley como principio rector y a la preservación de nuestras instituciones como fundamento del pacto social al que todos estamos obligados. Es un asunto de coherencia.

Pero la cosa no es tan sencilla. Yo lo pondría en estos términos: vamos a voltear la página pero no vamos a cerrar el libro de nuestras ideas, principios y convicciones. Una vez más, es un asunto de coherencia.

Con el respeto del gobernado hacia el gobernante, pero con la independencia del ciudadano, a quien el cumplimiento de su deber frente a las urnas le otorga con toda legitimidad su derecho al disenso, queremos creerle al presidente reelecto cuando anuncia que “no reconoce enemigos”, porque entendemos que pensar diferente al Gobierno no es sinónimo de ser enemigo del Gobierno, siempre y cuando esas diferencias se zanjen en el marco de la Ley, que no apelando a la violencia y al terrorismo, como hoy, infortunadamente, sucede con los interlocutores en la mesa de negociaciones de La Habana.

Así nuestros desacuerdos sean en los temas trascendentales de la negociación y la paz, o en los que hacen parte de nuestra entraña ideológica, como el imperio de la Ley y la Justicia, o bien, frente a cualquier otro de política pública y, particularmente, de los relacionados con el sector agropecuario y el desarrollo rural, siempre seguiremos poniendo por delante el respeto a la diferencia, exigiendo con dignidad y firmeza el mismo tratamiento.

Continuaremos defendiendo con ahínco derechos fundantes como la seguridad y la legítima propiedad privada. También queremos creer en los pronunciamientos del jefe negociador y el primer mandatario, pero conocemos de vieja data los postulados sexagenarios de las FARC sobre la combinación de las formas de lucha, la toma del poder y la reforma agraria expropiatoria; diferencias que han dejado grandes fichas sin colocar —salvedades pendientes— en el rompecabezas de los acuerdos parciales.

Estaremos donde se nos convoque. Trabajaremos con el Gobierno, como lo hemos hecho, mejorando la productividad ganadera y las condiciones de vida del campo. Sin renunciar a nuestra posición crítica y nuestra independencia, aplaudiremos lo que merezca nuestro aplauso, y objetaremos y exigiremos lo que sea menester, siempre a la luz de los intereses y expectativas de los ganaderos, del campo y del país. No somos una vaca muerta en el camino, pero tampoco un cheque en blanco.

Los lectores habrán percibido que, en esta ocasión, me he tomado la licencia de escribir no solo como columnista independiente sino como dirigente gremial. Pero el mensaje es uno solo: para la ganadería, para el campo y el país, voltear la página no es renunciar a las propias convicciones, es seguir marchando hacia delante con ellas, con tesón y respeto. Siempre hacia delante.
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