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Una mirada esperanzadora al campo

Nada más justo y reivindicatorio. Aunque sea transparente para el “ciudadano”, solamente los ganaderos producimos anualmente 900.000 toneladas de carne y 7.000 millones de litros de leche, pero los paperos producen 2,8 millones de toneladas y los arroceros 1,7 millones, hablando solo del PAC (papas, arroz y carne) de nuestro “corrientazo”; sin el cerdo y el pollo, las frutas del trópico medio, los cereales del altiplano, el banano de “las zonas”, el azúcar del occidente, el “cafecito” que llena las horas de aislamiento, y esa abundancia tropical de productos del campo que no sabemos apreciar.

 

Por ello vuelvo a la palabra “ciudadano”, que se refiere, como sustantivo, a quien pertenece a un país, pero como adjetivo se limita a su sentido original de “ciudad”, de lo “citadino”, expresando la dicotomía urbano - rural, que en Colombia es sinónimo de inequidad y abandono del campo.

 

Por ello, aunque el aislamiento forzoso para combatir la pandemia es para todos “los ciudadanos”, se me antoja que es más citadino que rural, porque el campo ha estado en aislamiento forzoso desde hace décadas, qué digo, siglos…, desde siempre. Para su fortuna, en este caso, el campesino abre la puerta de su casa y está aislado; su vecino está lejos, el puesto de salud y la escuela están lejos, ir al pueblo es paseo dominguero por vías pésimas, y la señal de celular, si lo tiene, es deficiente o inexistente.

 

Y como si fuera poco, la paz no asoma en muchas regiones, azotadas por el narcotráfico que florece en ese “aislamiento forzoso rural” y que, además, no es solo territorial, institucional y económico, sino social y estigmatizador. El campo, cuando no es asociado al “veraneadero” de las ciudades, se percibe como esa Colombia lejana y peligrosa, donde hay guerrilleros, narcotraficantes y mafiosos; es como la oveja negra que avergüenza a la familia, y el campesino como el hermano pobre, al que se mira con algo de conmiseración y mucho de distancia “social”.

 

Ser “gran empresario” urbano es enaltecedor y amerita medallas; serlo en el campo, gracias a las perversas narrativas de la izquierda, es sinónimo de terrateniente, explotador, paramilitar, despojador y un largo etcétera de ignominias.

 

 

La denuncia de este aislamiento rural forzoso, estructural y discriminatorio, hace parte del discurso gremial ganadero. Por eso hoy reclamamos que el reconocimiento del campesino, del trabajo rural y del sector agropecuario por su aporte a la seguridad alimentaria, no sea flor de un día ni se limite a la gratitud por su heroísmo anónimo.

 

El campesino que madruga al ordeño o dobla su espalda en el cultivo sin reparar en pandemias, es un microempresario que necesita crédito, porque los insumos se encarecen y parte de su esfuerzo queda en intermediarios inescrupulosos; y el mediano y el gran empresario rural también necesitan preservar el empleo. Las medidas de apoyo deben cobijar al sector agropecuario, con papel protagónico del ministro Zea a través de Finagro y el Banco Agrario, irrigando liquidez y esperanza a esa Colombia aislada, con el apoyo de los alcaldes para facilitar el trabajo campesino y la recolección y distribución de alimentos.

 

Como la salud y la seguridad, el esfuerzo rural es un asunto de vital subsistencia “ciudadana”.

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