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El país que nos deja

En octubre de 2017, el presidente anunció 6.500 militares y policías para custodiarla “por cielo, mar y tierra”. En enero, el vicepresidente abrazó a los lugareños, ofreció hasta 9.000 efectivos y anunció grandes éxitos en sustitución, como si la realidad cambiara con anuncios. Llegaron 2.000 uniformados, pero, desde entonces, volaron cinco torres y reaparecieron las casas de pique, un absurdo que debería avergonzarnos porque nos coloca, como sociedad, en los límites de la irracionalidad más primitiva.
 
Catatumbo: emporio cocalero con más de 24 mil hectáreas, gerenciado desde Venezuela y abandonado por el Estado. Asentamiento histórico del ELN, que hoy pelea a muerte con “los pelusos”. El reciente paro armado de estos últimos puso en evidencia la debilidad del Gobierno, a pesar de los anuncios del vicepresidente, de 2.000 efectivos para completar ¡12 mil! en la zona. Otra vez la fantasía de que la realidad se transforma con anuncios, abrazos, consejos de seguridad o solamente con soldados.
 
Chocó: Pobreza y violencia en su capital y en su exuberante zona rural. A una hora de Quibdó, un símbolo de impotencia local e indolencia del Gobierno Nacional. Inmensas dragas y retroexcavadoras -más de 60 según Codechocó- convirtieron al río Quito en paisaje lunar surrealista, una tragedia ecológica.
 
El Gobierno, mostrando un afán que ya no tiene, y solo ante la denuncia mediática, en un acto de ingenuidad -¿cinismo?- decretó la “suspensión temporal de todas las actividades mineras” y la policía dinamitó alguna maquinaria, como lo ha hecho antes, pero dejando para enmarcar la sentencia de la Corte Constitucional que reconoció al río Atrato como sujeto de derechos y le dio seis meses al Gobierno para iniciar la erradicación de la minería ilegal. Otra ilusión muy nuestra. Como si los fallos de la Corte, que los hay para todo, lograrán cambiar la realidad de este país con leyes pero sin legalidad, cuya recuperación es propuesta central de Iván Duque.
 
Corrupción: Mientras el CNE exoneró a Óscar Iván Zuluaga, las campañas de Santos siguen investigadas y su gerente haciendo piruetas para aislar al jefe. Odebrecht, Reficar, mermelada a chorros para aprobar un Acuerdo contra la voluntad popular, y los carteles de todo, desde los pañales y la comida de los niños, hasta la majestad de la justicia convertida en mercancía.
 
Narcotráfico: mal de males y combustible de violencias. Santos recibió el país con 46 mil hectáreas y, doblegado por las Farc, lo entrega con 200 mil, negocia con ellas la política antidrogas y nos deja el microtráfico como fuente de violencia urbana y amenaza para nuestros niños y jóvenes. Ayer nomás, llovían insultos a quienes cuestionábamos la dosis mínima; hoy, frente al desastre, el Fiscal denuncia el fracaso de la política, la desaparición del Consejo Nacional de Estupefacientes, mientras reclama mano dura y revisar la falacia del desmonte de la fumigación. El Congreso, por su parte, ahíto de mermelada, decide revisar la dosis mínima.
 
Y mientras tanto, ¿dónde está el piloto? En gira europea de despedida, haciendo anuncios de negociación con el ELN, muy del gusto europeo; dando y recibiendo honores, como si las medallas cambiaran la realidad de Tumaco, Catatumbo y el Chocó, y del país ahogado en corrupción y narcotráfico.
 
¡Este es el país que nos deja!
 
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